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Orelvis Lago
Orelvis Lago

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La ONU como tribuna del castrismo: propaganda en el extranjero, miseria en casa

El gobierno cubano sigue utilizando el escenario de Naciones Unidas para proyectar un relato de victimización y resistencia, mientras la vida en la isla se hunde en apagones, inflación y represión.


El eco vacío en Nueva York

El 27 de septiembre de 2025, el canciller Bruno Rodríguez Parrilla tomó la palabra en la Asamblea General de la ONU. Su discurso, cargado de acusaciones contra Estados Unidos y de llamados a un “nuevo orden internacional”, resonó en un auditorio casi vacío. La imagen de sillas desocupadas frente a la tribuna contrastaba con la grandilocuencia del mensaje: denunciar una “escalada militar injustificada” en el Caribe y presentar a Cuba como bastión de soberanía frente al imperialismo.

La ausencia de oyentes diplomáticos no es un detalle menor. Refleja el aislamiento progresivo de un régimen que intenta mantener relevancia internacional con los mismos argumentos de hace medio siglo. Mientras tanto, los cubanos de a pie no ven en esos discursos otra cosa que un espectáculo distante, incapaz de traducirse en soluciones concretas a su crisis cotidiana.


El embargo como cortina de humo

En sus intervenciones, el canciller insiste en que el embargo estadounidense constituye una “guerra económica prolongada” que ha asfixiado a Cuba por más de seis décadas. Lo presenta como la causa principal de los apagones, de la falta de medicamentos y del deterioro del transporte.

Sin embargo, en la propia isla muchos reconocen que “el bloqueo más duro es interno”. Ineficiencia, burocracia y un modelo centralizado que ha paralizado la diversificación económica pesan tanto —o más— que las restricciones externas. Al centrarse en la narrativa del embargo, el gobierno evita rendir cuentas sobre su responsabilidad en décadas de improvisación y mala gestión.


Palestina, Venezuela y la solidaridad selectiva

El discurso cubano en la ONU también se extiende a causas internacionales. Rodríguez exigió el reconocimiento de Palestina con Jerusalén Este como capital y reiteró un apoyo absoluto a Nicolás Maduro en Venezuela. La solidaridad, sin embargo, resulta selectiva: se despliega en defensa de gobiernos aliados, pero nunca incluye a los miles de presos políticos dentro de Cuba ni a los manifestantes reprimidos en las calles.

Paradójicamente, mientras el canciller hablaba de “igualdad soberana” y “paz sin hegemonías”, en la isla tribunales condenaban a opositores y ciudadanos comunes bajo cargos de “propaganda contra el orden constitucional” simplemente por protestar contra apagones.


La cooperación médica como vitrina

Otro elemento recurrente es la exaltación de la “cooperación médica internacional”. Según el discurso oficial, los médicos cubanos “han salvado millones de vidas” y representan el rostro más solidario de la isla. Lo que no se menciona en la ONU es la precariedad del sistema de salud dentro del país, donde hospitales carecen de insumos básicos y las farmacias permanecen vacías.

La propaganda internacional convierte a los médicos en embajadores de un Estado que los explota laboralmente, reteniendo gran parte de sus salarios en el extranjero, mientras sus pacientes en Cuba hacen colas interminables para conseguir un antibiótico.


Entre la tribuna y la realidad

En el propio discurso oficial hay un contraste inevitable: se denuncia que el capitalismo “empuja al planeta al colapso” y se alerta sobre la manipulación de algoritmos por las transnacionales. Sin embargo, esas mismas élites en el poder bloquean el acceso libre a internet, persiguen a periodistas independientes y encarcelan a quienes critican al régimen en redes sociales.

La disonancia es clara: mientras se pide regulación global contra los gigantes tecnológicos, en Cuba el verdadero problema es la censura estatal y la vigilancia digital ejercida contra sus propios ciudadanos.


La ONU como escenario, el pueblo como telón de fondo

El uso de Naciones Unidas como tribuna no es nuevo. Desde los tiempos de Fidel Castro, el castrismo convirtió ese espacio en una vitrina para su narrativa de resistencia. Pero lo que antes generaba titulares hoy apenas consigue menciones marginales en la prensa internacional. El discurso de Rodríguez en septiembre de 2025 fue recibido con indiferencia, incluso entre países que suelen mostrarse cercanos.

Mientras tanto, en Cuba, la población lidia con apagones de más de 24 horas, inflación que pulveriza salarios y un récord de 1.185 presos políticos registrados en agosto de 2025. Esa brecha entre la propaganda exterior y la miseria interna se ensancha cada vez más.


La reputación de mal pagador

Más allá de la retórica antiimperialista, la economía cubana carga con un estigma internacional: su condición de mal pagador. Tras décadas de impagos y litigios en tribunales extranjeros, incluso aliados como Rusia y China han frenado proyectos. Con el país excluido del Banco Mundial, del FMI y del BID, los créditos que logra obtener son cortos, caros y con garantías colaterales. Esa realidad financiera contrasta con los discursos de “dignidad” pronunciados en Nueva York.


La distancia creciente

El 11 de julio de 2021 fue un parteaguas: miles de cubanos salieron a las calles exigiendo “libertad”. Desde entonces, el régimen ha intensificado su aparato represivo y su maquinaria propagandística. Pero la desconfianza ciudadana crece. Cada vez que un funcionario sube a la tribuna de la ONU y niega la existencia de presos políticos —como lo hizo el vicecanciller Carlos Fernández de Cossío en Nueva York en 2025, afirmando que no había “ni siquiera uno”—, la brecha entre el discurso oficial y la realidad se vuelve abismal.


Epílogo: la tribuna vacía como metáfora

El auditorio semivacío que escuchó a Bruno Rodríguez en septiembre de 2025 es algo más que una anécdota diplomática. Es metáfora del lugar que ocupa hoy el castrismo en el mundo: un eco cansado, repetitivo, incapaz de movilizar entusiasmo ni solidaridad genuina. El régimen insiste en victimizarse ante el extranjero, pero sus ciudadanos saben que la verdadera amenaza no viene de Washington, sino del control férreo, la represión constante y la incapacidad de un gobierno que ha convertido a la ONU en escenario de propaganda y a la isla en un país a oscuras.

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