El regreso de los emigrados cubanos, cargado de lágrimas y abrazos, es también una operación económica que el gobierno convierte en oxígeno político y financiero.
El abrazo esperado
El 29 de septiembre de 2025, un video se volvió viral en TikTok: una joven cubana regresaba de sorpresa a la isla con su bebé en brazos. La escena era de película: familiares corriendo, gritos de alegría, lágrimas. El reencuentro familiar parecía ser el único relato posible. Pero el detalle de la puerta del carro golpeando al niño en la cabeza —aunque leve— reveló otra verdad: incluso en los momentos de mayor euforia, la precariedad no desaparece.
El regreso a Cuba es siempre un acto cargado de contradicciones. Para quienes vuelven, significa abrazar a los padres envejecidos, reencontrarse con la comida de la infancia, sentirse por un instante en casa. Pero para el gobierno, cada llegada es una transacción en divisas: dólares, euros, medicinas o ropa que entran en un país donde la economía se sostiene cada vez más en la diáspora.
Los reencuentros como propaganda
El video de aquella madre sorprendiendo a su familia no es una excepción: las redes están llenas de escenas similares. Cada abrazo se convierte en contenido viral y, sin quererlo, en propaganda indirecta de la narrativa oficial: “la emigración nunca rompe los lazos”. Sin embargo, la política estatal hacia los emigrados siempre ha oscilado entre el desprecio y la explotación.
El Estado cubano sabe que los vuelos de regreso son también vuelos de remesas. Los pasajes caros, los impuestos aduanales y los servicios turísticos estatales funcionan como mecanismos para ordeñar a quienes se fueron, bajo la excusa de que “el pueblo resiste” mientras en realidad los emigrados sostienen la economía familiar y, de paso, las arcas del régimen.
El precio de la moneda y la trampa del retorno
En septiembre de 2025, el euro alcanzó los 499 pesos en el mercado informal. La cifra, apenas un peso por debajo del umbral de 500, no es un detalle técnico: significa que el salario medio de 6,506 CUP equivale a solo 13 euros. Un jubilado, con 1,900 CUP, apenas compra 3 euros.
Cada emigrado que regresa con euros en efectivo o con dólares escondidos en la maleta se convierte, sin proponérselo, en un salvavidas temporal. El Estado no logra estabilizar la moneda, pero encuentra en cada retorno familiar una válvula de oxígeno: esas divisas se gastan en taxis estatales, en hoteles de GAESA, en aranceles de aduana. Lo privado es absorbido por lo público.
La migración como herida abierta
Historias como la de Giselle Rosales, la cubana que emigró a Ecuador y terminó siendo coronada Miss Ecuador 2025, muestran otra cara del mismo fenómeno: la diáspora no solo escapa de la miseria, sino que construye nuevas vidas y se inserta en sociedades ajenas. La propia Rosales declaró que su familia salió de Cuba “buscando una vida mejor y un trabajo mejor”. Esa frase, tan sencilla, es la confesión de un país expulsor.
Los que regresan lo hacen por amor, no por confianza en el sistema. Pero cada visita, cada dólar cambiado en el mercado negro, cada compra de un pasaje a Cubana de Aviación, reafirma la contradicción: la dictadura vive de la emigración que ella misma provoca.
El espectáculo del sacrificio
El régimen cubano convierte los reencuentros en un espectáculo sentimental. Los noticieros oficiales destacan “el amor inquebrantable entre los cubanos de dentro y fuera”. Pero omiten la otra cara: miles de deportados desde Rusia, los cubanos que huyen de Centroamérica y son devueltos en vuelos de deportación desde Estados Unidos, las familias que se desangran en la travesía migratoria.
El sacrificio se convierte en mercancía política. Quienes vuelven de visita traen maletas llenas de medicinas y comida, que sustituyen el fracaso de un Estado incapaz de abastecer lo básico. Los abrazos familiares se transforman, sin saberlo, en la postal que esconde la dependencia.
La infraestructura que se desmorona
Regresar a Cuba también significa encontrarse con un país derrumbado, en sentido literal. El 28 de septiembre de 2025, un edificio colapsó en La Habana Vieja y mató a un anciano. Un día antes, un balcón en Centro Habana cayó sobre una transeúnte. Los vecinos denunciaron: “En cualquier momento La Habana Vieja va a quedar como un desierto, polvo nada más, excepto el capitolio y los hoteles que es lo único que reparan”.
Quien llega desde el extranjero y se hospeda en un hotel de GAESA puede no ver esa realidad. Pero basta con caminar por San Lázaro o Reina para notar la diferencia entre la vitrina turística y la ruina habitada. El regreso familiar es un reencuentro con la precariedad y, al mismo tiempo, un financiamiento indirecto de la propaganda hotelera que maquilla esa precariedad.
La economía sentimental
El gobierno juega con una economía emocional: sabe que los emigrados no dejarán de volver porque los padres envejecen, los hijos crecen y los muertos esperan flores en el cementerio. Esa economía sentimental se traduce en divisas: vuelos saturados, impuestos confiscatorios, tarifas abusivas en hoteles y rentas privadas que el Estado controla o grava.
El reencuentro no es un acto libre: está mediado por un sistema que transforma el amor familiar en flujo de caja. El Estado no produce, pero cobra por el derecho al abrazo.
La paradoja del retorno
Así se configura la paradoja: regresar a Cuba es un acto profundamente humano, pero también un acto político. El abrazo que alivia a las familias sostiene al mismo aparato que las separó en primer lugar. La alegría individual se convierte en renta colectiva para un gobierno que ha perfeccionado la economía del exilio.
La pregunta, entonces, no es si volver o no volver, sino si es posible abrazar sin financiar. Hasta ahora, la dictadura ha demostrado que sabe convertir cada lágrima en divisa.
Conclusión: el abrazo cautivo
El retorno a Cuba se presenta como una elección íntima, pero está atrapado en la maquinaria de un Estado que lo convierte en recurso económico y relato ideológico. Los cubanos emigrados sostienen a sus familias, pero también, a la fuerza, sostienen a un régimen que nunca dejó de verlos como enemigos y proveedores al mismo tiempo.
En esa contradicción vive la pregunta central: ¿es posible un abrazo que no financie a la dictadura? La respuesta, hoy, parece imposible.
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