Del presidio en Cuba al limbo migratorio en el extranjero: la represión se extiende más allá de las fronteras y persigue a los exiliados como una sombra inquebrantable.
El eco del 11J en tierras lejanas
Han pasado más de cuatro años desde las protestas del 11 de julio de 2021, pero los gritos de “libertad” aún resuenan en las calles de La Habana y en los pasillos migratorios de Arizona, Tapachula o Moscú. Los manifestantes que lograron salir de Cuba buscando asilo cargan ahora con una doble condena: la persecución del régimen y la indiferencia, cuando no la hostilidad, de los sistemas migratorios que los reciben.
El caso de los hermanos Sánchez Martínez lo ilustra con crudeza. Liosbel, liberado en septiembre de 2025 tras cuatro meses detenido por ICE en Estados Unidos, resumió su experiencia en una frase: “La dictadura cubana nos obliga a abandonar nuestros países”. La persecución no termina en la isla: se prolonga en tribunales extranjeros, en centros de detención, en el miedo permanente a la deportación.
El limbo de los hermanos Sánchez
El 20 de mayo de 2025, Liosbel y su hermano Liosmel fueron arrestados en Arizona tras asistir a una audiencia migratoria. Durante meses vivieron la angustia de ser enviados de vuelta a Cuba, donde ya habían pagado el precio de marchar en las protestas del 11J. Liosbel logró superar la temida entrevista de “miedo creíble”, lo que le permitió obtener la libertad. Su hermano, sin embargo, continúa detenido.
La diferencia entre la libertad y el encierro depende de un engranaje legal implacable. No es la primera vez que el exilio cubano observa con impotencia cómo la represión se traslada de las cárceles del régimen a los centros de detención migratoria de países democráticos. La frontera se convierte en una nueva prisión.
Tapachula: el nuevo presidio a cielo abierto
En Tapachula, Chiapas, miles de cubanos quedan varados a la espera de una respuesta de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar). La denuncia es recurrente: corrupción, xenofobia y rechazo sistemático incluso a quienes presentan pruebas de persecución política.
“Estamos determinados a irnos de Tapachula, aquí no se puede vivir porque hay mucha xenofobia, no hay empleo”, declaró Brian Balcón, uno de los organizadores de una caravana que planea salir el 1 de octubre. La precariedad recuerda a los cubanos que la represión no solo los persigue: los encierra en otro tipo de cárcel, con barrotes de burocracia y discriminación.
La persecución diplomática
Mientras los migrantes luchan en tribunales o caravanas, el discurso oficial del gobierno cubano niega incluso la existencia de presos políticos. En septiembre de 2025, el vicecanciller Carlos Fernández de Cossío afirmó en Nueva York que en Cuba “ni siquiera uno” está encarcelado por motivos políticos.
Esa negación frontal contrasta con los informes que, en agosto del mismo año, documentaron 1.185 presos políticos en la isla. La estrategia es clara: deslegitimar a las víctimas en los foros internacionales y, al mismo tiempo, presionar a los migrantes que intentan justificar su exilio ante cortes extranjeras.
Deportados en Rusia: un regreso forzado al castigo
El alcance de la persecución también se evidencia en Rusia. Entre enero y septiembre de 2025, 19 cubanos fueron deportados desde el distrito de Janti-Mansi. Otros quince habían sido expulsados en julio desde distintas regiones del país.
Aunque las autoridades rusas alegan “violaciones migratorias”, los testimonios de detenidos revelan una política de expulsión acelerada, que ignora el trasfondo político de muchos exiliados. Volver a Cuba significa, para quienes participaron en el 11J, enfrentar prisión y represalias. La deportación, en estos casos, es una condena a la persecución segura.
La doble frontera: del presidio político al presidio migratorio
El régimen cubano consigue extender su sombra de represión más allá de la isla gracias a la vulnerabilidad de los migrantes. Los que escaparon de las golpizas en las calles de San Antonio de los Baños o de las cárceles de Villa Clara se encuentran ahora frente a jueces de migración en Estados Unidos, burócratas corruptos en México o tribunales sumarios en Rusia.
El exilio no representa el fin de la persecución, sino su mutación: de las celdas del MININT a los centros de detención de ICE; de los mítines de repudio a la xenofobia en Tapachula; de las amenazas de la Seguridad del Estado a la deportación en Moscú.
La narrativa oficial frente a la evidencia del exilio
El contraste entre el discurso y la realidad es brutal. Mientras los funcionarios del régimen aseguran que no hay presos políticos, Liosbel Sánchez, recién liberado en Estados Unidos, envía un mensaje desesperado: “No se rindan… sí se puede lograr”.
La contradicción es evidente: quienes arriesgaron la vida en las protestas del 11J hoy arriesgan la libertad en sus países de acogida. La represión se globaliza porque el gobierno cubano la niega en la ONU y la reproduce en cada deportación que exige en silencio.
Una persecución sin fronteras
El 11J fue un estallido popular que desbordó las narrativas oficiales. Desde entonces, el régimen ha desplegado una estrategia de castigo que no termina en las cárceles cubanas. Migrantes en Arizona, Tapachula o Moscú confirman que la represión se ha convertido en un exilio perpetuo: escapar no garantiza libertad, solo cambia la naturaleza del encierro.
El mensaje que queda, tanto en los testimonios como en los procesos legales, es claro: la dictadura persigue dentro y fuera de la isla. Ni el océano ni las fronteras logran contenerla. La verdadera frontera que cruzan los migrantes del 11J es la de una vida marcada por la persecución, aquí o allá.
Conclusión: el exilio como condena extendida
Los testimonios de migrantes del 11J revelan un patrón: el régimen no se limita a controlar el territorio nacional, sino que exporta su represión a través de la negación diplomática, la presión sobre gobiernos extranjeros y la estigmatización de los exiliados.
La diáspora cubana, lejos de ser un espacio de libertad plena, se ha convertido en un campo de batalla donde se dirime el alcance del autoritarismo. Cada deportación, cada negativa de asilo, cada prolongada espera en Tapachula, es una extensión del presidio que comenzó en Cuba el 11 de julio de 2021.
La dictadura no necesita fronteras para reprimir: le basta con la memoria, el miedo y la complicidad de los sistemas migratorios. Los migrantes del 11J son la prueba viviente de esa persecución sin descanso.
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