La llamada “Tarea de Ordenamiento” prometía acabar con las distorsiones del salario y del peso cubano. En realidad, terminó convirtiendo la vida cotidiana en un círculo vicioso de precios inflados, monedas paralelas y salarios incapaces de sostener un plato de comida. No es accidente: es un diseño deliberado de control y subordinación económica.
No es accidente; es diseño
El “reordenamiento” que arrancó en 2021 se presentó como la reforma necesaria para dar valor al trabajo en Cuba. Sin embargo, cuatro años después, en pleno 15 de septiembre de 2025, la realidad es la contraria: los salarios se diluyen en un mar de precios oficiales fijados desde arriba y distorsionados por la moneda libremente convertible (MLC). La trampa es doble: se paga en pesos devaluados y se obliga a comprar en divisas que el propio Estado monopoliza. El resultado es un modelo donde el trabajador pierde siempre y el gobierno asegura su control absoluto.
No se trata de fallos de cálculo ni de imprevistos de coyuntura. El encadenamiento de inflación, apagones, dependencia de remesas y migración masiva es funcional al esquema: mantiene a la población exhausta, ocupada en sobrevivir, incapaz de reclamar lo que en justicia le corresponde.
Los hechos
El mercado cambiario refleja el fracaso en cifras contundentes. A mediados de septiembre de 2025, el euro se cotiza a 475 pesos, cerca del “umbral psicológico” de 500, mientras el dólar ronda los 420. En paralelo, la MLC —que el gobierno insiste en usar para sus tiendas estatales— alcanza los 203.50 CUP.
Para un salario medio en Cuba, que apenas supera los 4,000 CUP, esto significa que un trabajador apenas logra comprar 20 dólares en el mercado informal. Ese “salario de hambre” se enfrenta a “precios de ministerio”: tarifas impuestas, desconectadas del bolsillo real. El propio mercado de alimentos y transporte muestra incrementos sostenidos —como el pasaje en triciclos eléctricos que pasó de 4 CUP a 10 CUP en agosto de 2024— mientras los apagones y la falta de combustible encarecen la logística y disparan los precios de la canasta básica.
El relato oficial vs. la realidad
El discurso gubernamental insiste en que el “reordenamiento” fue una medida de justicia social. La realidad es que ha profundizado la desigualdad. La retórica habla de “unificación monetaria” y de “fortalecer el peso”, pero el peso cubano ha perdido todo valor de referencia. La propaganda oficial habla de “tarifas simbólicas” en el transporte, mientras la gente sabe que esos ómnibus no aparecen o que el pasaje barato es inútil cuando no hay servicio.
En el mismo tono, se venden como “soluciones” los pequeños lotes de gas licuado distribuidos con colas de 8,000 turnos, o los 15 triciclos eléctricos en Camagüey que apenas cubren tres rutas. Son parches propagandísticos, no políticas estructurales.
El costo humano
Detrás de cada cifra hay un drama cotidiano. Familias que deben cambiar pesos en el mercado negro para poder comprar un litro de aceite en MLC. Niños que crecen en hogares donde la luz se va 12 horas y la comida se improvisa de madrugada con carbón adulterado. Madres que reviven su propia infancia de hambre al ver a sus hijas enfrentar las mismas privaciones.
El “ordenamiento” no solo devaluó salarios, sino también vidas enteras. La infancia cubana está marcada por la ansiedad de preguntar cada noche “¿se fue la luz?”. La generación adulta, por su parte, sobrevive gracias a remesas o trabajos informales, con la emigración como horizonte inevitable.
La economía del problema
El efecto económico es un círculo vicioso. La población busca divisas para comprar alimentos y medicinas; esa demanda dispara el euro y el dólar; los precios internos se ajustan hacia arriba; el salario real se pulveriza.
Mientras tanto, las mipymes importadoras usan el euro como referencia, pero deben enfrentarse a un Estado que no les garantiza ni electricidad estable ni combustible. La inflación se alimenta de los apagones prolongados y del colapso energético. Así, la supuesta “reforma monetaria” terminó atada de pies y manos a un sistema eléctrico en ruinas.
El contraste con el turismo es insultante. Los hoteles mantienen piscinas azules para extranjeros mientras los barrios sufren apagones de 20 horas. La brecha no es solo monetaria: es política.
Caso-símbolo: la burla de los privilegiados
El nieto de Fidel Castro, Sandro Castro, se grabó en su bar Vedado en plena madrugada de apagones, rodeado de luces y fiestas inaccesibles para el común. Mientras la mayoría perdía alimentos en refrigeradores apagados, él bromeaba: “¡Cójanlo suave, que la vida es una!”. Esa escena expone la esencia del “reordenamiento”: los de arriba blindados en privilegios, los de abajo hundidos en sobrevivencia.
Otro ejemplo es el propio mercado MLC. Para el gobierno es “solución” a la escasez; para la población, es símbolo de exclusión. Comprar allí exige divisas que el salario estatal nunca puede cubrir.
Conclusión
El “ordenamiento” no ordenó nada: multiplicó las desigualdades, pulverizó el salario y subordinó la vida cotidiana al dólar y al euro. El gobierno ha diseñado un sistema donde la pobreza no es un efecto secundario, sino una herramienta de control.
El resultado es un país donde el salario de un mes se evapora en una compra de pocos días, donde los precios responden a ministerios y no a bolsillos, y donde la infancia aprende a dormir con hambre y oscuridad. Esa es la verdadera factura del “reordenamiento”: salarios de hambre, precios de ministerio, vidas atrapadas.
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