El dinero que envían los emigrados sostiene la vida cotidiana en Cuba, pero también mantiene en pie a un Estado que renunció a garantizar lo básico. La pregunta no es cuánto reciben las familias, sino quién se beneficia de esa dependencia estructural.
No es accidente; es diseño
El sistema cubano convirtió la emigración en política de Estado. No porque facilite la reunificación familiar ni porque busque el bienestar de sus ciudadanos, sino porque encontró en el exilio una fuente de divisas imposible de sustituir. Las remesas no son un accidente económico: son el diseño de un modelo que, incapaz de producir riqueza propia, se apoya en el sacrificio de quienes partieron.
Esa dependencia se volvió más evidente en el contexto de 2025, cuando el propio activismo en el exilio planteó cortar el flujo de dinero hacia la Isla como una forma de presión política. La idea, defendida por figuras como Alexander Otaola, apuntaba a un hecho incómodo: si las remesas se detienen, el régimen colapsa en cuestión de meses .
Los hechos
Los datos recientes confirman que las remesas hacia Cuba no circulan por canales bancarios tradicionales, sino a través de agencias privadas que entregan el efectivo directamente a las familias. Esta informalidad no es casual: responde a las trabas estatales, a los altos costos de los mecanismos oficiales y al control férreo que intenta ejercer el Gobierno sobre el acceso a divisas .
En paralelo, el mercado informal de divisas se recalienta. El 15 de septiembre de 2025, el dólar se cotizó a 420 CUP, el euro a 475 CUP y la MLC a 205 CUP . Ese entorno de devaluación permanente convierte cada remesa en una operación de supervivencia: el dinero llega, se cambia, se evapora en precios inflados.
Mientras tanto, Washington anunció un impuesto del 1 % a todas las remesas en efectivo a partir de 2026. La medida golpeará a millones de migrantes, pero en el caso cubano pone sobre la mesa la fragilidad de un modelo económico sostenido desde fuera .
El relato oficial vs. la realidad
El discurso gubernamental insiste en que el bloqueo externo impide la prosperidad interna. Sin embargo, lo que sostiene el día a día en Cuba no son créditos internacionales ni inversiones productivas, sino los dólares que envía la diáspora. La paradoja es que el propio Estado se apropia de ese flujo mediante el monopolio de las tiendas en MLC, donde los precios no guardan relación con el salario local .
Mientras la propaganda culpa al embargo, los cubanos saben que cada recarga telefónica, cada giro y cada paquete enviado desde el extranjero termina reforzando la capacidad del Gobierno de seguir administrando escasez. La “solidaridad familiar” es reciclada en “control político”.
El costo humano
Cada cifra de remesas esconde una historia de desgarro. Quienes envían dinero lo hacen trabajando dos y tres empleos en Miami, Madrid o Ciudad de México, conscientes de que en Cuba sus hijos no podrían comprar un par de zapatos sin ese apoyo. La distancia se convierte en salario: los padres ausentes financian cumpleaños, medicinas y hasta entierros.
En la Isla, la dependencia se vuelve corrosiva. Familias enteras esperan la transferencia mensual para decidir qué comerán, mientras el mercado formal permanece vacío. La humillación cotidiana es que los cubanos dependen más del hermano emigrado que del Estado que se proclama “protector”.
La economía del problema
El alza de las remesas es proporcional a la caída de la producción interna. El peso cubano se devalúa porque no existe confianza ni oferta real de bienes. El Gobierno, en lugar de generar condiciones para atraer inversión productiva, prefiere apostar a que los emigrados sostengan el consumo mínimo.
Ese esquema explica la contradicción del MLC: la moneda “dura” en la que se venden productos básicos dentro de Cuba depende, en buena medida, de las remesas enviadas en dólares o euros. El círculo es perverso: el exilio envía divisas, el Estado las captura en tiendas, y el pueblo paga los precios más altos de la región .
Caso-símbolo
El llamado de Alexander Otaola a cortar las remesas en agosto de 2025 ilustra la tensión política que subyace en este tema. “Parar los viajes, parar la ayuda, parar todo… la dictadura no puede sostenerlo tres meses con todo cerrado”, dijo el influencer . Más allá de la polémica, su propuesta desnuda la verdad: la maquinaria estatal cubana no sobrevive sin el dinero del exilio.
La reapertura de la Torre de la Libertad en Miami, el 16 de septiembre de 2025, también funciona como símbolo. Ese edificio que acogió a 400,000 refugiados cubanos entre 1962 y 1974 recuerda que el exilio no solo envió dinero: construyó comunidad, sostuvo familias y levantó instituciones. Hoy, medio siglo después, sigue siendo el sostén invisible de la Isla .
Conclusión
El régimen cubano convirtió la tragedia migratoria en fuente de ingresos. Mientras expulsa ciudadanos por falta de oportunidades, captura las divisas que ellos generan afuera. No es solo que las remesas sostengan a las familias: sostienen al Estado que les niega alternativas.
Preguntarse “quién vive del exilio” no admite dobleces: viven los hijos, los padres y los abuelos que esperan en Cuba, pero también vive el Gobierno que administra su miseria. Y mientras no se rompa esa dependencia estructural, el Estado seguirá fallido, aunque las remesas sigan llegando.
Mejores comentarios (0)