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Orelvis Lago para Neo Mambí

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El PC chileno admite lo que La Habana calla: en Cuba no hay democracia

El reconocimiento de Jeannette Jara sacude la política chilena y expone la negación sistemática del régimen cubano.


Un viraje inesperado

El 28 de septiembre de 2025, la política chilena Jeannette Jara, militante histórica del Partido Comunista (PC), pronunció una frase que hasta hace poco parecía imposible en boca de alguien de su partido: “claramente, Cuba no es una democracia”.

La declaración, realizada en el programa Estado Nacional y citada por Diario UChile, fue celebrada por el senador Juan Luis Castro, quien ironizó que Jara “se ha descomunizado”. Aunque dicha etiqueta se lanzó en tono de broma, el hecho revela algo más profundo: un quiebre en la narrativa de defensa irrestricta que la izquierda chilena —y buena parte de la latinoamericana— ha sostenido durante décadas en torno al régimen cubano.


El costo político de la admisión

El giro de Jara no pasó desapercibido. Apenas en abril de 2025, como ministra del Trabajo y recién proclamada candidata presidencial, había negado que en Cuba existiera dictadura, insistiendo en que “cada pueblo define su gobierno” y culpando al embargo estadounidense de la crisis humanitaria.

Ese contraste alimentó las acusaciones de incoherencia. Críticos señalaron que su rectificación llegó tarde y que aún evitó usar la palabra “dictadura”, refugiándose en un matiz que no cambia la realidad de la isla. Sin embargo, el impacto fue inmediato: la prensa chilena y latinoamericana abrió un debate sobre hasta qué punto es sostenible seguir defendiendo al castrismo en tiempos en que millones de cubanos viven represión y escasez.


El silencio de La Habana

Mientras en Santiago se discutía si la declaración de Jara era un acto de valentía o de cálculo electoral, en Cuba el gobierno optó por la estrategia habitual: callar.

El contraste es revelador. Mientras en Chile un partido aliado reconoce la ausencia de democracia, en La Habana los funcionarios siguen negando incluso la existencia de presos políticos. Apenas unas semanas antes, el vicecanciller Carlos Fernández de Cossío declaró ante la ONU que en Cuba no hay “ni siquiera uno”.

La afirmación contrasta con datos de Prisoners Defenders, que en agosto de 2025 documentó un récord de 1.185 prisioneros políticos en la isla.


Democracia imposible por diseño

El debate chileno expone algo más amplio: en Cuba no se trata solo de carencias coyunturales, sino de un sistema cerrado por diseño.

La Constitución de 2019 declara en su artículo 4 que el socialismo es “irrevocable” y en el 5 que el Partido Comunista de Cuba es la “fuerza política dirigente superior de la sociedad y el Estado”.

En otras palabras: no hay competencia política legal. Según una encuesta citada por CiberCuba, el 95 % de los consultados se pronunció por abrir el sistema a nuevos partidos. A pesar de ello, cualquier intento de pluralismo está constitucionalmente prohibido.


La fractura latinoamericana

El eco de las palabras de Jara va más allá de Chile. Desde los años sesenta, la izquierda continental convirtió a Cuba en símbolo de resistencia, pese a las denuncias de represión interna. Hoy, sin embargo, el peso de ese símbolo parece agotarse.

La polémica en torno a Jara revive el viejo dilema: ¿pueden partidos progresistas seguir defendiendo a un régimen señalado por violaciones sistemáticas a los derechos humanos, ausencia de elecciones libres y represión contra la disidencia?


Entre la represión y la escasez

La vida en Cuba refuerza el diagnóstico que Jara, con matices, reconoció. El país no solo vive bajo un partido único: arrastra una crisis social profunda.

Los informes apuntan a más de mil presos por protestas pacíficas. La población enfrenta apagones, colapso de edificios, escasez de alimentos y medicinas. La represión no distingue entre manifestantes políticos y simples ciudadanos que exigen electricidad o pan.

Este deterioro cotidiano conecta con la denuncia de Castro en Chile: la mayoría ya entiende que en Cuba no existe democracia.


El juego electoral

En clave chilena, el viraje de Jara es también un cálculo. La elección de 2026 se perfila ajustada, y los votos indecisos y moderados son decisivos. Para muchos, admitir la falta de democracia en Cuba es un gesto destinado a seducir a ese electorado.

Pero, incluso como estrategia electoral, la frase deja huella: normaliza dentro de la izquierda un diagnóstico que en Cuba se paga con cárcel.


El espejo para La Habana

Lo que ocurrió en Chile abre un espejo incómodo para el gobierno cubano. El régimen ha logrado silenciar a opositores internos mediante cárcel, exilio o censura, pero no puede controlar las discusiones que se producen fuera.

Cuando incluso los aliados comienzan a reconocer lo obvio, el discurso de legitimidad se resquebraja. Que en La Habana se niegue la realidad de los presos políticos mientras en Santiago se admite que no hay democracia, revela la creciente disonancia entre propaganda y percepción pública.


Epílogo: lo dicho y lo callado

El Partido Comunista chileno, al admitir la falta de democracia en Cuba, rompe un tabú regional. Pero el silencio de La Habana es aún más elocuente: callar no borra la represión, ni cambia el hecho de que el país está diseñado para excluir cualquier pluralidad política.

La frase de Jara, con sus límites y matices, inaugura una fractura. Y aunque en Cuba nadie pueda decirla sin represalias, desde Chile llega una admisión que desenmascara la contradicción fundamental del castrismo: sobrevivir solo a fuerza de negación.

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