Una moneda que no cobra el salario, tiendas con luces blancas y estantes a medias, colas disciplinadas, seguridad en la puerta y un país mirando por el cristal. La “economía de vitrinas” no es un accidente: es el modelo. La MLC funciona como filtro social, una puerta giratoria que separa quién compra y quién solo mira.
La postal es conocida: el salario llega en CUP, pero la proteína, el aseo, gran parte de la canasta y hasta una parte de los medicamentos se fugan hacia tiendas en MLC. Para entrar, primero hay que cambiar. Y cambiar dos veces. Primero CUP a divisa; luego, si no hay billete, divisa a MLC. Esa doble conversión encarece la vida más que cualquier consigna, y vuelve círculo vicioso lo que se vendió como solución de emergencia: cuando sube la MLC, suben los costos de reposición y los precios vuelven a subir. El bolsillo medio no entra en ese carrusel: lo observa desde afuera.
El propio mercado informal dicta la escena del día. 15 de septiembre de 2025: dólar a 420 CUP, euro a 475 CUP y MLC saltando la barrera de 200 para estacionarse en 205 CUP, tras meses de bajada y un repunte reciente. Esos números no son neutros: fijan la pauta de lo que pueden (o no) comprar millones de familias y ordenan el escalafón de quienes tienen acceso a la vitrina y quienes solo se ven reflejados en ella.
De la tarjeta a la realidad: la “desalineación” como política
“Los precios en tiendas estatales en MLC siguen desalineados con el bolsillo medio”. No lo dice un opositor; lo admite, en los hechos, la propia crónica que describe el comportamiento del mercado: para “salir a comprar en MLC”, muchas familias deben cambiar primero sus CUP en el mercado informal. El resultado es un impuesto encubierto al consumo básico. La MLC no es solo otra moneda: es un torniquete.
Ese diseño produce una sociedad de vitrinas: locales iluminados con mercancía más cara que el poder de compra del salario, vendedores que dominan el tipo de cambio del día mejor que cualquier planificador central y un consumidor al que se le pide obediencia fiscal para entrar a una tienda donde paga dos peajes: el de la tasa de cambio y el de la desalineación de precios. No es “ineficiencia”; es decisión.
El euro manda… y las mipymes obedecen
¿Quién fija el termómetro? El euro. A 475 CUP, se convierte en referencia de mipymes que importan desde Europa y de viajeros que traen efectivo. Es menos problemático para mover fondos en determinadas plataformas. Y el dólar, a 420, marca el paso: cuando faltan billetes, la forma de pago (Zelle a 415.38, CLA a 406.82) muestra brechas que anticipan ajustes. Dicho sin rodeos: la economía doméstica importa precios en divisas que no paga el salario, y la contabilidad del día a día depende de ventanillas informales que la propia escasez fuerza.
Para el consumidor de a pie, el mensaje es cruel en su simpleza: si no cobras en duro, paga el triple. Triple de tiempo, de colas, de exposición. Y, si logras entrar a la tienda, paga además el “precio MLC”: prometieron abasto; entregaron vitrinas.
La MLC sube, la vida baja
Tras medio año de caída (de ≈275 a ≈190 CUP), desde inicios de septiembre la MLC cambia de tendencia y remonta hasta estabilizarse “en torno a 200”. ¿Qué cambió? Nada estructural. Sí cambió el humor del mercado: apagones que encarecen logística y enfrían la actividad, falta de combustible para transporte y generación, expectativas frágiles de ingreso. En ese caldo, la población busca refugio en divisa, el euro sube y la MLC transmite el impacto a precios. La tienda en MLC no es un pararrayos: es multiplicador.
El Estado conoce la aritmética, pero prefiere el relato: “se estabiliza”, “se recupera”, “se reordena”. La realidad, mientras tanto, se mide con gramos y con horas: gramos de pollo, horas de apagón. Y el gráfico del día —con MLC otra vez por encima de 200— no es una victoria: es un aviso de que el bolsillo caerá un poco más.
Apagones, el impuesto invisible
Los apagones no solo apagan bombillos: suben costos. Transportar, refrigerar, producir y vender en un país a oscuras exige márgenes que alguien paga. Quien fija la etiqueta —mipyme, estatal, revendedor— mira la divisa, mira el combustible, mira la incertidumbre… y sube el precio. No porque sea “malo”, sino porque el sistema lo obliga. En ese ecosistema, la búsqueda de divisas se acelera y la MLC vuelve a ser la carretera principal hacia lo básico. Dicho en un párrafo de manual: “los apagones prolongados encarecen la logística… cuando la población percibe inestabilidad, la búsqueda de divisas se acelera”.
Ese impuesto invisible —el de vivir a oscuras— lo cobran las tiendas en MLC con una sonrisa fluorescente. El que no puede pagar, mira. El que puede, entra. La política pública es una vitrina.
Administrar la escasez: la estética del control
Mientras la MLC sube, el gas licuado baila al ritmo de los barcos. Se anuncian cronogramas con cifras exactas, puntos de venta y turnos; se habla de “distribución equitativa”, pero el sistema confiesa su fragilidad: un servicio atado a la llegada puntual de un buque, ventas que se suspenden doce días después de reiniciadas porque se agotó el inventario, límites por familia y “equidad” que esconde exclusión. Administrar la escasez se viste de planificación y la gente hace colas con cronogramas que no garantizan nada. La vitrina también es esto: un cartel donde se escribe “hoy no”.
El mensaje de fondo se repite: no hay derechos garantizados, hay sorteos. El mismo patrón aparece en el transporte urbano o en la electricidad, pero en la MLC adquiere forma de peaje obligatorio: si quieres escapar del sorteo, paga en duro.
Remesas: gasolina de la vitrina
Las remesas son arteria: alimentan consumo, sostienen familias, rellenan anaqueles. Pero también son gasolina para la economía de vitrinas. Cuando el exilio manda, la tienda en MLC sonríe: hay tarjeta, hay compra. Por eso la política se mete en el medio: desde llamados a cortar remesas para “colapsar al régimen” hasta ideas de impuestos del 1% en envíos en efectivo desde Estados Unidos a partir de 2026 (con exenciones para transferencias electrónicas). Cada decisión en origen repercute en la fila de la esquina. Y todo el circuito, de Miami a Centro Habana, confirma lo obvio: la tienda en MLC hace negocio con la nostalgia.
El Gobierno lo sabe. No se ruboriza: necesita la divisa para mover la rueda, aunque la rueda triture el ingreso en CUP. Y así, la vitrina se alimenta de un amor que llega por Western, por Zelle o en maleta. Si mañana se corta, será la población quien pague; si continúa, también. La vitrina siempre gana.
La promesa eterna de los “autorizados”: empresas que no venden
Periódicamente se anuncian nuevas compañías autorizadas a operar en Cuba: consorcios de España o Panamá con catálogos desde leche en polvo a electrodomésticos y lubricantes. El titular deslumbra: “llega inversión, llega producto”. Pero el párrafo siguiente mata la ilusión: ninguna puede importar, exportar, distribuir ni vender directamente en el mercado. Su papel se limita a intermediar ante el Estado, gestionar posventa o canalizar contratos. ¿Traducido? Nada cambia en la mesa de la gente. Vuelve el viejo guion: promesas recicladas con nombres nuevos, precios elevados y acceso restringido. Vitrina diplomática. Anaquel vacío.
El espejo del pasado es claro: hoteles gestionados sin propiedad real, pagos retrasados, márgenes mínimos y empresas que se marchan tras impagos. Aun así, periódicamente se repite la liturgia del “mercado cautivo”. Siempre hay un power point que enseña la vitrina llena. La compra, ya tal.
La psicología de la vitrina: mirar, desear, rendirse
La economía de vitrinas no distribuye solo mercancías; distribuye emociones. Cansa, humilla, disciplina. Ver y no poder es política pública: educa en la resignación, entrena en el regateo, modela una ciudadanía que pasa más horas haciendo cola que exigiendo cuentas. A fuerza de filas y peajes en MLC, se aprende a no esperar derechos sino “oportunidades”.
La tienda bien iluminada en un barrio a oscuras es un símbolo demasiado perfecto. Uno entra, compra leche en polvo y sale con la certeza de haber cruzado una frontera social. Afuera esperan los que no pudieron cambiar hoy. Mañana quizá sí. “Quien tenga, que pase”. Eso no es economía: es un filtro.
¿Por qué la MLC es política (y no finanzas)?
Porque ordena el país por líneas invisibles: acceso, lealtad, moneda. Porque redefine qué es “público” y qué es privado sin reformas, a golpe de tarjeta. Porque desplaza la discusión del derecho al favor, del precio al “te conseguí”, del salario al “cambio”. Porque terceriza el costo político de la escasez en la familia emigrada que manda, en la mipyme que importa caro, en el revendedor que se cuela, y exonera al único actor que decide.
Y sobre todo, porque convierte la necesidad en nicho, la carencia en oportunidad de renta. La MLC es el negocio de vender básicos como si fueran lujos.
Contraargumentos de manual… y una respuesta
Dirán que sin MLC no habría mercancía. Que la tienda en divisas fue la forma de sostener importaciones en medio de sanciones, deuda y colapso productivo. Que “si no te gusta, no compres”. La respuesta no es ideológica, es contable: si el salario no compra proteína, jabón y medicinas, la política no es “de emergencia”, es modelo. Y si la salida exige pagar dos peajes (tasa de cambio + precio MLC), el resultado no es alivio, sino segmentación.
Además, los propios datos lo cantan: la MLC no estabiliza el mercado, lo reproduce. Cuando sube, suben precios; cuando hay apagones, aumenta la demanda de divisa; cuando se anuncian empresas autorizadas incapaces de vender, sube la frustración. Es un sistema que vive de la promesa y del peaje.
Epílogo: el país del cristal
Cuba se ha vuelto un país de cristal. Todo se mira a través de una vitrina: la tienda en MLC, el changüí del transporte, el parte del gas, el gráfico del euro, la llegada del barco. Las familias organizan su mes con la misma lógica de una vitrina: exhibición (lo que hay), limitación (lo que alcanzas), seguridad (lo que te impide), peaje (lo que pagas).
La MLC para pocos y la escasez para muchos no es un error de cálculo; es el diseño. Hace falta más que un cambio de tasa para desmontar una economía que convirtió lo básico en privilegio y la cola en método de gobierno. Mientras tanto, la foto de hoy es elocuente: euro 475, dólar 420, MLC 205. Tres números y una misma verdad: la vitrina está encendida; el país, no.
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