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Orelvis Lago para Neo Mambí

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La escalada entre EE.UU. y Venezuela: ¿el preludio de una presión similar que podría desencadenar la caída del régimen cubano?

La guerra de mensajes, drones y fragatas en el Caribe no solo disputa un mapa: mide la resistencia de La Habana a perder su paraguas venezolano.


No es accidente; es diseño

La escalada entre Estados Unidos y Venezuela no es un estallido súbito ni un error de cálculo táctico. Es el resultado de un diseño que combina fuerza militar, guerra psicológica y un relato de legitimación interna, con objetivos explícitos: desarticular estructuras criminales asociadas al poder, exhibir hegemonía en el hemisferio y enviar señales a terceros actores. Así lo indica la secuencia: a mediados de agosto de 2025, informes citando al Pentágono adelantaron un despliegue naval en el Caribe “para detener los carteles de la droga”; el 5 de septiembre de 2025, el presidente Donald Trump ordenó diez F-35 a Puerto Rico y amenazó con derribar aviones venezolanos; y se reportaron ataques letales contra embarcaciones supuestamente vinculadas al narcotráfico, primero con 11 muertos y luego con 3, “casi dos semanas después” del primer golpe. El discurso oficial estadounidense insiste en que no busca “cambio de régimen”, pero la combinación de presiones, señales y ritmo operacional sugiere otra cosa: quebrar el círculo íntimo de Nicolás Maduro y forzar decisiones bajo tensión extrema.

Los hechos

Los hechos disponibles dibujan una escalada con tres capas. Primera, la capa militar-operativa: buques, cazas furtivos y reglas de enfrentamiento más agresivas en aguas del Caribe, con ataques anunciados por la Casa Blanca contra “narcoterroristas” en embarcaciones supuestamente procedentes de Venezuela. En el primer caso, Washington aseguró que “ninguno de los 11 tripulantes” sobrevivió; en el segundo, “tres personas” murieron, con la insinuación de que las operaciones podrían ampliarse. La respuesta de Caracas fue inmediata: denuncia ante la ONU, “máxima alerta” y el reconocimiento de que el alto mando se prepara “para lo peor”.

Segunda, la capa comunicacional: el “ya verán” de Trump cuando se le preguntó por un ataque dentro del territorio venezolano, la insistencia en una “campaña contra narcoterroristas”, y del lado venezolano la acusación de “agresión militar” y de uso de “imágenes con Inteligencia Artificial” por parte de Washington. Tercera, la capa regional: advertencias de La Habana —por boca de Bruno Rodríguez— sobre la “grave amenaza” de un despliegue estadounidense “dirigido contra Venezuela y Maduro”, vinculándolo a “una violación de la estabilidad regional” y a una agenda “violenta” atribuida a Marco Rubio; y, en contraste, una oposición venezolana que huele cerca la victoria y la proyecta más allá de sus fronteras: “Venezuela está finalmente muy cerca de lograr la libertad, y luego avanzaremos juntos por Cuba y Nicaragua”, dijo María Corina Machado.

El relato oficial vs. la realidad

El relato de Washington ubica el conflicto en el terreno del narcotráfico. Habla de “narcoterroristas”, del “Cartel de los Soles” y de proteger a Estados Unidos de drogas y migración, mientras exhibe músculo contra Rusia y China en el hemisferio. La realidad es que la frontera entre “campaña antinarcóticos” y “presión para fracturar el poder” es porosa: desplegar F-35, amenazar con derribar aeronaves y multiplicar ataques letales en aguas internacionales no solo busca impedir cargamentos; busca, sobre todo, alterar los cálculos de supervivencia del régimen y de sus aliados externos. Es una escalada con destinatario político.

El relato de Caracas presenta la situación como “la mayor amenaza continental en un siglo” y “guerra multiforme”. Ese marco intenta cohesionar internamente, anticipa el costo de la incertidumbre y justifica un estado de excepción permanente. Pero también revela debilidad: pedir a la comunidad internacional que “asegure la paz” y declarar “máxima alerta” sugieren que el chavismo entiende la asimetría militar y que su apuesta es, más que a vencer, a resistir y sobrevivir al costo que sea. Por su parte, La Habana busca blindarse: denuncia “agresión” y personaliza en figuras de Washington, pero la narrativa cubana depende, en última instancia, de la suerte de Caracas.

El costo humano

Los ataques reportados —11 muertos en la primera lancha y 3 en la segunda— exponen lo que siempre intentan cubrir los eufemismos de “golpe cinético” y “operación de interdicción”: vidas truncadas, lanchas despedazadas, comunidades costeras sometidas a un nuevo nivel de temor. Del otro lado hay una población venezolana que lleva años entre la carestía y la represión, ahora bajo “máxima alerta”. Y una diáspora que asiste a la posibilidad de un desenlace abrupto que, como toda implosión, puede liberar fuerzas impredecibles.

Para Cuba, el costo humano no es abstracto. Si la presión sobre Caracas corta suministros, redes financieras o protección diplomática, el impacto sobre los cubanos —que ya cargan con apagones, inflación y colas interminables— puede amplificarse en cuestión de semanas. No hacen falta números para entender la lógica: cuando el sostén externo tiembla, la precariedad interna se hace más dura. Y no hay retórica que suavice un apagón ni un estómago vacío.

La economía del problema

La escalada no solo es militar y simbólica, también es económica. Trump la define con una tríada: descabezar redes criminales, marcar dominio hemisférico frente a potencias extrahemisféricas y responder a preocupaciones internas sobre narcóticos y migración. Cada uno de esos objetivos tiene un vector económico: cortar flujos ilícitos, disciplinar a actores que facilitan acceso a créditos, y mostrar a los electores que el costo de la crisis migratoria se afronta con mano dura.

Venezuela, que denuncia “amenaza imperialista”, sabe que las operaciones en el Caribe buscan encarecer sus rutas y su “costo de sobrevivencia” financiera. Cuba, cuya diplomacia alerta de un “despliegue militar dirigido contra Maduro”, entiende que su economía indirecta —la que depende de intercambio político con Caracas y de protecciones asociadas— se encarece si la élite venezolana debe replegarse y priorizar su defensa inmediata. La pregunta no es si el choque en el Caribe afecta la economía de La Habana, sino cómo y con qué rapidez.

Efecto dominó en La Habana

Un sistema político como el cubano opera con colchones: simbólicos (legitimación histórica), coercitivos (inteligencia, tribunales) y materiales (alianzas que proveen recursos). La presión sobre Caracas amenaza el tercero. Cuando Bruno Rodríguez advierte que lo que ocurre en el Caribe “viola la estabilidad regional”, está reconociendo que la estabilidad de Cuba está atada a la de Venezuela. Y cuando María Corina Machado afirma que, tras “lograr la libertad” en Venezuela, “avanzaremos juntos por Cuba y Nicaragua”, explicita la lógica de dominó que el oficialismo cubano prefiere negar: si cae el primer muro, los demás quedan expuestos.

Ese dominó no es mágico. No se trata de que una victoria opositora en Caracas produzca automáticamente un derrumbe en La Habana. Se trata de la reconfiguración de incentivos: menos respaldo externo, más riesgo de sanciones focalizadas, menos acceso a triangulaciones financieras. En ese nuevo paisaje, cada decisión del poder cubano —desde cómo administrar la escasez hasta dónde reprimir— tiene costos más altos y beneficios más inciertos.

La “guerra psicológica” y la grieta en el círculo

Las operaciones declaradas de Estados Unidos han sido acompañadas por “mensajes intimidatorios” y por la construcción de un clima de excepcionalidad (“ya verán”). Eso constituye una “guerra psicológica” orientada a hacer creíble la amenaza contra Maduro y a “ejercer presión dentro de su círculo íntimo”. Esa metodología no se detiene en la frontera venezolana: su eco recorre la región. Las élites políticas —también las cubanas— leen que el margen de impunidad se estrecha y que la distancia entre la retórica y la acción se acorta. Cuando en la cúspide se instala la duda de si el aliado resistirá, la cadena de lealtades se resiente. La fidelidad deja de ser gratuita.

La Habana lo sabe. Por eso sobreactúa su denuncia y personaliza: acusa a una figura de Washington de “agenda violenta” y “políticamente motivada” “vinculada a intereses oscuros”, en un intento de convertir un conflicto estratégico en una vendetta personal. Pero la estructura del conflicto desmiente la coartada: hay despliegue naval, hay cazas en Puerto Rico, hay ataques en alta mar, hay una oposición venezolana que se siente a “pocos pasos” de la victoria, y hay un chavismo que declara “máxima alerta”. Nada de eso es reducible a una pelea de nombres propios.

Casos-símbolo: dos lanchas y una frase

A veces, dos imágenes y una frase condensan el clima de época. Primera imagen: la lancha con 11 tripulantes que, según Washington, no sobrevivieron al “bombardeo cinético”. Segunda imagen: la embarcación con tres muertos “casi dos semanas después”, con el anuncio de que la campaña podría ampliarse. Entre ambas, la percepción de que ya no rige la misma prudencia que, durante años, contuvo choques mayores.

Y la frase: “Venezuela está finalmente muy cerca de lograr la libertad, y luego avanzaremos juntos por Cuba y Nicaragua”. Esa oración, atribuida a María Corina Machado, no solo funciona como arenga opositora. Para La Habana, es una profecía temida: si Caracas vira, el mapa de alianzas que la sostiene se encoge. Y, con él, la capacidad de arbitrar entre necesidades sociales y control político.

¿Preludio de una presión similar sobre Cuba?

La pregunta que se impone —si esta escalada es el preludio de una presión similar que pueda precipitar la caída del régimen cubano— merece una respuesta en dos capas. En la capa externa, la señal de Washington es inequívoca: no descarta el uso de la fuerza en el Caribe cuando lo presenta como esfuerzo “antinarcóticos”. Si esa doctrina se normaliza y produce resultados en Venezuela —no necesariamente un cambio de régimen inmediato, pero sí fracturas internas y reacomodos—, la tentación de replicar métodos (operaciones de interdicción, presión psicológica, exhibiciones de fuerza) aumentará. La narrativa ya está disponible: “proteger a Estados Unidos de narcóticos y migración”. La logística, también: bases cercanas, medios aéreos y navales, y un marco legal flexible para justificar acciones en aguas internacionales.

En la capa interna, el factor decisivo es la resiliencia del poder cubano y su control sobre la sociedad. Aquí el espejo venezolano ofrece pistas. Si la presión externa logra introducir dudas en el círculo del poder y, al mismo tiempo, erosiona beneficios económicos clave, la cadena de lealtades puede resentirse. No significa que mañana caiga el régimen; significa que cada crisis (apagones, inflación, migración) pesa más cuando ya no existe el colchón de un aliado con recursos y protección. Lo que hoy luce como “gestión de escasez” podría, bajo mayor presión, convertirse en “agotamiento de capacidad de control”.

Conclusión: el tiempo se volvió táctico

El Caribe está viviendo un tiempo táctico. Cada semana carga señales que antes se repartían en meses. Cuando un presidente estadounidense dice “ya verán” y ordena F-35 a Puerto Rico, y cuando dos operaciones letales se anuncian con orgullo de eficacia, el mensaje excede a Venezuela. Es un recordatorio para las capitales que han prosperado al amparo de su alianza con Caracas: el reloj geopolítico cambió de velocidad.

Para Cuba, la pregunta ya no es si la escalada contra Venezuela la afectará, sino cuánto tardará en hacerlo. El régimen puede redoblar su relato de “agresión imperialista” y acusar agendas “oscuras”, pero ni el lenguaje, ni la épica, ni las viejas fidelidades sustituyen a un aliado en apuros. Si Caracas se rompe por dentro, La Habana quedará en la intemperie. Y bajo la intemperie, la propaganda no abriga.

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