El colapso eléctrico de Cuba ya no se mide solo en megawatts perdidos, sino en vidas apagadas, proyectos truncados y una represión que se intensifica cada vez que la penumbra se convierte en protesta.
Renté en silencio: el símbolo de un sistema roto
El 28 de septiembre de 2025, la Central Termoeléctrica Antonio Maceo, en Santiago de Cuba, perdió dos de sus bloques principales en apenas siete minutos. A las 16:07 horas salió de servicio la Unidad 3 por “bajo vacío” y a las 16:14 horas se desplomó la Unidad 5, cuya causa “estaba pendiente de identificar”.
El reporte oficial de la Unión Eléctrica (UNE) intentó sonar técnico, pero la población ya sabía lo esencial: más apagones, más incertidumbre, más horas sin luz. Renté, que durante décadas fue uno de los pilares energéticos del oriente cubano, volvió a confirmar su fragilidad.
El círculo vicioso de un modelo fallido
El investigador cubano Jorge Piñón, desde la Universidad de Texas, lo explicó con crudeza: el crudo nacional es “dañino, muy dañino” para las termoeléctricas, y cada reparación es inútil porque las plantas se rompen de nuevo al volver a quemar ese petróleo cargado de azufre.
A ello se suma un patrón que ya no es accidente sino estrategia equivocada: apostar por microinstalaciones solares de 21 MW o depender de flotantes turcas que ya abandonaron la isla porque Cuba no podía pagar el alquiler ni el combustible. De las ocho contratadas, apenas quedan dos.
El resultado es un “círculo vicioso” donde la inversión nunca se traduce en estabilidad. El SEN (Sistema Eléctrico Nacional) se tambalea porque depende de plantas obsoletas, combustible inadecuado y proyectos que nunca se terminan, aunque sean financiados íntegramente por China.
Apagones como rutina, no excepción
Los cortes eléctricos se extienden cada día más. La UNE reconoce déficits crónicos de generación y, en paralelo, las lluvias intensas provocadas por la tormenta Imelda complicaron aún más las reparaciones. En Santiago y Guantánamo, la población lidia con un doble castigo: el apagón y la inundación.
El discurso oficial suele prometer “menos apagones de día”, como admitieron hace poco, pero nunca niega la continuidad de la crisis. Es un sincericidio: la oscuridad no desaparecerá, solo se gestionará.
La represión como respuesta a la oscuridad
En Cuba, cada vez que se apaga la luz se enciende otra maquinaria: la del control social. Las noches a oscuras son terreno fértil para el descontento. En barrios enteros de La Habana, Santiago o Villa Clara, los cacerolazos espontáneos y los gritos de “¡libertad!” se multiplican.
La respuesta del régimen no ha sido técnica sino policial: cortes selectivos de internet para evitar transmisiones en vivo, patrullas desplegadas en las esquinas y arrestos a quienes se atreven a organizar protestas. La luz no regresa, pero sí lo hace el miedo.
Economía en penumbras
La inestabilidad eléctrica atraviesa todos los ámbitos. Los negocios privados no pueden mantener refrigeración ni hornos encendidos. Las panaderías paran; las pequeñas fábricas improvisadas de alimentos se arruinan. Un trabajador que gana 6.506 pesos mensuales apenas puede traducir ese salario en 13 euros al tipo de cambio informal.
El peso cubano se desploma en paralelo al sistema eléctrico. El euro roza los 500 CUP y el dólar 435. Cada apagón es también un empuje hacia el alza especulativa de las divisas, porque el mercado interno percibe lo obvio: sin electricidad no hay producción, sin producción no hay moneda que valga.
Las promesas incumplidas del 37%
El gobierno insiste en que para 2030 el 37% de la generación será renovable. Piñón desmonta esa ilusión: ¿y el resto? El SEN depende hoy en más de un 60% de plantas que deberían funcionar con gas natural, pero no hay ni financiamiento ni voluntad real para esa transición.
Mientras tanto, República Dominicana, Puerto Rico o Panamá ya han avanzado en la importación de gas natural licuado. Cuba, en cambio, espera dádivas de China o Rusia que nunca llegan, porque como dice Piñón, “Cuba es como el peón en un ajedrez”: se mueve poco y vale menos.
Apagones y vidas rotas
El deterioro eléctrico no es un problema abstracto. En Santiago de Cuba, un hombre de 60 años murió sepultado cuando su vivienda colapsó durante las lluvias del 29 de septiembre. La prensa oficial culpó a la “decisión personal” de habitar en una zona de riesgo. Su hermana respondió en redes: “No escriban mentiras, respeten el dolor ajeno”.
El apagón, en este caso, fue la imposibilidad de contar la verdad. Cada vez que la prensa independiente muestra el vínculo entre lluvias, infraestructura colapsada y falta de energía, el gobierno responde con versiones edulcoradas. Pero las familias saben: la oscuridad no solo es eléctrica, también informativa.
Del ingenio azucarero al apagón nacional
La paradoja es brutal. Cuba, que en el siglo XX era llamada “la azucarera del mundo”, hoy no logra mantener encendida una planta de biomasa construida en Ciro Redondo por 186 millones de dólares financiados por China. La razón: no hay suficiente caña para alimentarla.
El Estado destruyó el sector agrícola y con él arruinó la posibilidad de generar energía limpia. Lo que pudo ser el inicio de un modelo similar al brasileño quedó reducido a chatarra sin materia prima.
La penumbra como política de Estado
El colapso del SEN no es un accidente aislado, sino el resultado de décadas de decisiones equivocadas y de una política que privilegia la propaganda sobre la inversión real. El apagón se ha convertido en herramienta política: se interrumpe la energía donde más se protesta, se prioriza el suministro en hoteles y zonas turísticas, se sacrifica a los barrios populares.
La oscuridad, en Cuba, es selectiva y deliberada.
Conclusión: la isla de la penumbra
Cada vez que la dictadura cubana habla de “resistencia creativa” o de “batalla energética”, lo que oculta es una incapacidad estructural. No se trata solo de falta de combustible o de financiamiento externo: se trata de un modelo que, en su obsesión por el control absoluto, ha estrangulado cualquier posibilidad de modernización.
Los apagones ya no son cortes eléctricos: son recordatorios diarios de un fracaso político. Y cada arresto tras un cacerolazo es la confirmación de que el régimen prefiere la represión a la inversión.
En Cuba, mantener la luz encendida se ha vuelto un desafío mayor que gobernar. Y el gobierno, lo único que parece saber hacer bien, es apagar.
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