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Orelvis Lago para Neo Mambí

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Incendio en Renté: la fragilidad eléctrica de Cuba al descubierto

Un incendio en la termoeléctrica Antonio Maceo, en Santiago de Cuba, volvió a poner en evidencia la precariedad de un sistema energético donde cada chispa se convierte en amenaza nacional.


No es accidente; es diseño

La madrugada del domingo 21 de septiembre de 2025, las llamas alcanzaron el área de motores fuel de la central termoeléctrica de Renté, en Santiago de Cuba. El siniestro comenzó a las 4:22 a.m. y fue extinguido cerca de dos horas después, sin víctimas mortales ni heridos, gracias a la intervención de bomberos, trabajadores de la planta, equipos de la refinería Hermanos Díaz y cisternas enviadas desde provincias vecinas.
El episodio, sin embargo, trasciende el hecho puntual: muestra la vulnerabilidad estructural de un sistema eléctrico que depende de instalaciones obsoletas, saturadas y sometidas a una presión insostenible.


Los hechos

Las autoridades confirmaron que, apenas contenidas las llamas, la planta operaba con sus tres bloques “cada uno de ellos con sus limitaciones”: los bloques 3 y 6 aportaban unos 50 MW cada uno, y el bloque 5 se alistaba para entregar 60 MW. El incendio, por lo tanto, no detuvo totalmente la generación, pero sí acentuó la sensación de fragilidad en un momento en que la Unión Eléctrica (UNE) calculaba un déficit superior a los 1.700 MW en la hora pico.
La central de Felton, en Holguín, recién incorporaba 150 MW tras semanas fuera de servicio, pero las interrupciones prolongadas en el oriente del país alcanzaban hasta 30 horas seguidas sin electricidad.


El relato oficial vs. la realidad

El discurso institucional se centró en elogiar la “rápida respuesta” de los equipos de emergencia y en destacar la entrega de los trabajadores. Miguel Díaz-Canel, incluso, habló en redes sociales de una visita “muy estimulante” a otra termoeléctrica, la Guiteras, donde aseguró haber visto “compromiso y responsabilidad”.
En paralelo, desde medios provinciales y redes sociales, se instalaron dos narrativas: la de quienes hablaban de “hechos extraños en instalaciones sensibles” y sugerían la hipótesis de sabotaje, y la de quienes expresaban incredulidad ante las versiones oficiales, convencidos de que se usan incidentes como cortina de humo para justificar fallas estructurales o desconexiones mal planificadas.

La UNE pidió confianza, pero lo que predomina en la población es lo opuesto: desconfianza y rabia.


El costo humano

El incendio no dejó heridos, pero las consecuencias sociales son más profundas. Durante esa misma noche, cacerolazos y protestas fueron reportados en distintos puntos de la isla: Matanzas, San Miguel del Padrón, Boyeros y hasta cerca del Vivac, la prisión de La Habana.
La electricidad dejó de ser un mero servicio: es un derecho negado que dispara el descontento. Familias enteras sobreviven entre apagones de más de un día, pérdidas de alimentos refrigerados, imposibilidad de cocinar y una sensación creciente de abandono. El alumbrón —esas pocas horas de corriente— se convierte en sarcasmo popular.


La economía del problema

El déficit energético no es una casualidad técnica, sino el reflejo de un modelo económico que no invierte en mantenimiento ni diversificación real. Las termoeléctricas cubanas, envejecidas y atadas a combustibles importados, cargan con la falta de repuestos, la corrupción en compras y la dependencia de envíos extranjeros, especialmente de Venezuela y México.
La paradoja es evidente: mientras Pemex envía miles de barriles de crudo a la isla, la UNE reporta déficits diarios que superan los 1.700 MW. La opacidad sobre los pagos —si existen— y la sospecha de donaciones encubiertas muestran cómo la política internacional sostiene un sistema que internamente se derrumba.


Caso-símbolo: Renté como espejo de todas

La CTE Antonio Maceo, conocida como Renté, simboliza la situación del sector eléctrico cubano. Incendios, averías y salidas forzosas del sistema son tan frecuentes que la población ya los procesa como rutina. La central se suma a una lista donde destacan la Guiteras (Matanzas) y Felton (Holguín), convertidas en epicentro de apagones nacionales.
Cada chispa en Renté es un recordatorio de que no se trata de accidentes aislados, sino de un sistema agotado que solo funciona a base de remiendos.


Conclusión

El incendio de Renté no fue una catástrofe aislada, sino una metáfora ardiente de la crisis energética cubana. Ninguna “rápida respuesta” puede ocultar que el sistema vive en colapso permanente, que cada planta genera menos de lo que debería y que la población paga con apagones y hambre el precio de un modelo energético obsoleto.
Mientras el poder político insiste en culpar a “enemigos externos” o en hablar de “confianza y compromiso”, la realidad se impone: la electricidad en Cuba no falla por azar, sino porque el diseño mismo del sistema la condena al desastre.

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