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Orelvis Lago para Neo Mambí

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ETECSA y el derecho a desconectarnos: Internet como grillete oficial

En Cuba, el acceso a internet no es libertad conquistada, sino cadena administrada. ETECSA convierte la conexión en vigilancia y la desconexión en castigo.


No es accidente; es diseño

En Cuba, la mala conexión a internet no es simplemente el resultado de apagones, infraestructura deteriorada o tecnología rezagada. Es parte de una estrategia deliberada: la administración del acceso digital como un privilegio bajo control estatal. La empresa estatal ETECSA, único proveedor de telecomunicaciones, monopoliza no solo la conexión, sino también el derecho mismo a comunicarse.

El reciente apagón nacional del 10 de septiembre de 2025, tras la caída de la termoeléctrica Antonio Guiteras, dejó a la isla en una oscuridad literal y digital. No se trató únicamente de la falta de corriente; fue también la suspensión de la comunicación en un país donde un solo operador decide cuándo y cómo la población puede conectarse.


Los hechos

Los testimonios en redes sociales muestran cómo la vida diaria queda condicionada a la señal de ETECSA. Una familia improvisó una antena casera con una base plástica para “halar la señal y no los truenos” durante el apagón general. El gesto, entre humor y desesperación, se viralizó porque revelaba lo que millones sienten: que acceder a internet en Cuba requiere inventiva casi clandestina.

Las cifras de la crisis energética —déficits de más de 1,800 MW en septiembre, plantas con 40 años sin mantenimiento capital y un sistema eléctrico en “inestabilidad crítica”— no solo explican los apagones, sino también el colapso de la conectividad.


El relato oficial vs. la realidad

La narrativa gubernamental presenta a ETECSA como facilitador de la “informatización de la sociedad”. Sin embargo, cada apagón desmiente esa imagen. El acceso a la red se interrumpe de forma abrupta, sin explicaciones claras, y el silencio oficial contrasta con la saturación de quejas y creatividad popular en plataformas como TikTok.

Mientras los medios estatales hablan de “esfuerzos por la estabilidad del Sistema Electroenergético Nacional”, lo que viven los cubanos es la imposibilidad de comunicarse con familiares, de vender o comprar en línea, de estudiar o simplemente de informarse. En la práctica, el discurso de modernización se convierte en un grillete digital.


El costo humano

El acceso restringido a internet significa aislamiento. Durante los apagones, la población queda atrapada en una doble desconexión: sin luz y sin datos. Padres incapaces de avisar a sus hijos, emigrados que no logran comunicarse con sus familias, estudiantes que pierden exámenes en línea.

La ansiedad se expresa en frases como “aquí estoy yo temprano, sin peinarme… porque si se va [la luz] es peor. Hay que aprovechar hasta un segundo”. Este testimonio, cargado de humor nervioso, ilustra la precariedad: la electricidad y la conexión son tan inestables que toda actividad cotidiana se vuelve una carrera contrarreloj.


La economía del problema

ETECSA no solo monopoliza el acceso; lo convierte en negocio. La conexión es cara, inestable y dolarizada indirectamente: las recargas internacionales y las promociones en divisas son vitales para sostener la infraestructura. Así, el derecho a comunicarse se transforma en dependencia económica de las remesas y en fuente de ingresos para el Estado.

El resultado: internet no libera, sino que refuerza la lógica de control. Quien paga se conecta, pero siempre bajo la vigilancia de un proveedor único que reporta al aparato estatal. El monopolio convierte cada megabyte en un recordatorio de subordinación.


Caso-símbolo: la antena improvisada

La imagen viral de la antena casera no es un simple chiste. Es símbolo de una Cuba donde el ingenio se convierte en sustituto de derechos. Que un teléfono colocado en un soporte plástico sea noticia refleja la precariedad estructural. La frase “ni la NASA se atrevió a tanto” resume la paradoja: el humor cubano florece en el mismo terreno donde debería crecer la indignación.

Ese invento doméstico revela que la desconexión no es accidental, sino administrada. Los cubanos pueden resolver lo técnico con inventiva; lo que no pueden resolver es la voluntad de un Estado que hace de la conexión una mercancía y un instrumento de control.


Conclusión

En Cuba, internet no es un derecho, sino una concesión. ETECSA actúa como guardián de un acceso intermitente, caro y condicionado, que convierte cada apagón en silencio forzado y cada reconexión en espectáculo de resistencia. El ingenio popular no debería ocultar la verdad: la desconexión en la isla no es falla técnica, sino diseño político.

El grillete digital funciona a la perfección porque el pueblo, agotado, corre para aprovechar la luz y la señal, en lugar de exigir que ambas sean permanentes. Lo que se normaliza como “resolviendo” es, en realidad, la resignación frente a un control absoluto.

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