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Orelvis Lago para Neo Mambí

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Derrumbes e inundaciones: el costo mortal de 60 años sin inversión en infraestructura

Un muerto bajo los escombros de su propia casa

El 27 de septiembre de 2025, mientras la tormenta tropical Imelda descargaba sobre Santiago de Cuba, Luis Mario Pérez Coiterio, de 60 años, murió sepultado en su vivienda del reparto Veguita de Galo. La causa oficial fue un deslizamiento de tierra. Pero los testimonios vecinos cuentan otra historia: un hombre vulnerable que sobrevivía vendiendo trapeadores y leña, y que dormía en una casa “en malas condiciones” pese a las advertencias de su familia.

Su hermana fue contundente: “Desde la 1 de la madrugada mi hermano estaba debajo de los escombros… mi hijo junto con vecinos lo sacaron, cuando llegaron los bomberos ya lo habían sacado”. No hubo rescate oportuno, ni previsión estatal.


Escuelas y puentes que se derrumban

El mismo fin de semana, en Guantánamo, un derrumbe parcial en el Centro Escolar Wilfredo Gonce Cabrera dejó en evidencia el deterioro de la infraestructura educativa. No hubo heridos, pero la escena se suma a una larga lista de colapsos en instituciones escolares, donde techos y paredes ceden cada temporada de lluvias.

En Guamá, el puente de Cañizo quedó gravemente dañado: una de sus esquinas socavada, la base de hormigón expuesta, y apenas la losa superior sosteniendo el paso de vehículos y peatones. Las autoridades pidieron “limitar el tránsito”, pero no cerraron la vía. Es decir, se mantiene el riesgo abierto para comunidades enteras.


La Habana Vieja: vigas podridas, balcones que matan

El 28 de septiembre, en La Habana Vieja, otro derrumbe parcial costó la vida a un anciano en la calle Sol, entre Egido y Villegas. El Consejo de la Administración alegó que los ocupantes estaban allí “de manera ilegal” y que se les había ofrecido reubicación. Vecinos desmintieron la versión oficial: “Las tres vigas de metal que sujetaban la placa estaban podridas por la humedad”.

Apenas un día antes, un balcón se desplomó sobre una transeúnte en Centro Habana. No fue un hecho aislado: en agosto, una anciana quedó herida tras el colapso de un edificio en la calle Reina; semanas antes, otro trabajador murió sepultado en San Rafael y Galiano. La capital es un campo minado de escombros, donde la vida pende de vigas oxidadas y paredes carcomidas.


La lluvia como catalizador, no como causa

El régimen repite que las muertes e inundaciones son “desastres naturales”. Pero las lluvias de Imelda —123 milímetros en pocas horas en Santiago— solo precipitaron un colapso largamente anunciado.

No es el agua, sino la falta de drenajes. No es la tormenta, sino la ausencia de mantenimiento. No es la fatalidad, sino el abandono acumulado desde hace 60 años, donde los únicos edificios en buen estado son los hoteles destinados al turismo.


La narrativa oficial frente a la verdad de las víctimas

En todos los reportes oficiales hay un patrón: minimizar la responsabilidad estatal. En Santiago, la prensa dijo que la vivienda del fallecido “no era apta para vivir” y que se le había ofrecido otro hogar. En La Habana, que los ocupantes estaban allí “ilegalmente”.

Pero los testimonios desmienten. La hermana de Luis Mario denunció mentiras sobre su estado civil y sobre la presencia de autoridades. Vecinos de La Habana explicaron que pedían hace años la poda de un árbol que amenazaba con caer sobre casas y nunca obtuvieron respuesta.

El guion oficial se repite: culpar a las víctimas por su pobreza y “decisiones personales”, mientras se esconde la falta de inversión pública.


Una infraestructura colapsada

Los derrumbes en Cuba no son accidentes puntuales: son el síntoma de una infraestructura que se cae a pedazos.

  • Escuelas: paredes y techos que ceden en plena jornada, como en Guantánamo.
  • Viviendas: en Santiago, decenas de casas cedieron bajo la lluvia.
  • Puentes y carreteras: estructuras “provisionales” que se llevan los ríos en cada tormenta.
  • Red eléctrica: postes caídos y líneas deterioradas, donde cualquier viento provoca apagones.

La vida cotidiana está marcada por la precariedad: madres que no saben si el techo aguantará, estudiantes que asisten a escuelas con paredes cuarteadas, ancianos que mueren bajo balcones corroídos.


El contraste con las inversiones del régimen

Mientras tanto, el Estado cubano dedica cientos de millones a hoteles de lujo con ocupación inferior al 30%. Se construyen instalaciones turísticas en Varadero y La Habana, mientras barrios enteros carecen de drenaje pluvial o de un techo seguro.

La lógica es clara: el turista extranjero merece confort; el ciudadano cubano, resignación.


Medio siglo de abandono sistemático

El deterioro no comenzó ayer. Desde la década de 1960, la propiedad estatal absoluta sobre la vivienda frenó la conservación. Las familias dejaron de ser dueñas con derechos plenos y pasaron a ser “arrendatarias” de un Estado que nunca cumplió con el mantenimiento.

La Revolución prometió casas dignas; hoy entrega cuarterías apuntaladas con maderas carcomidas. Seis décadas sin inversión real equivalen a ciudades condenadas a colapsar con cada aguacero.


El costo humano

Los números oficiales no cuentan la magnitud. Lo que queda son nombres y escenas:

  • Luis Mario, sepultado en su cama.
  • La mujer herida por un balcón en Centro Habana.
  • Las decenas de familias que pierden su hogar y pasan la noche en la calle, rodeadas de muebles mojados.

No son “daños colaterales” de un ciclón: son el saldo mortal de la desidia institucional.


Cierre: cuando la lluvia desnuda la verdad

La tormenta Imelda se disipará. Las lluvias cesarán. Pero las grietas seguirán abiertas, los techos apuntalados, los balcones amenazando con caer sobre cualquier transeúnte.

Cada derrumbe y cada inundación son recordatorios de una verdad que el gobierno oculta: en Cuba, la precariedad no es producto del clima, sino de la política. El costo mortal de 60 años sin inversión en infraestructura se mide en vidas truncadas y en un país que se desmorona piedra a piedra.

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