Un siglo después de su nacimiento, la Reina de la Salsa regresa al centro de la cultura global. Pero mientras el mundo la celebra, el gobierno cubano sigue ignorando a quien encarnó, como pocos, la Cuba ausente y prohibida.
No es accidente; es diseño
El 21 de septiembre de 2025, la emisora satelital SiriusXM inauguró un canal exclusivo: “Celia Cruz AZÚCAR!”, dedicado a la cantante cubana en su centenario. El proyecto incluye la difusión de sus himnos junto a Fania Records, sus últimos éxitos globales y la influencia que dejó en generaciones posteriores. En paralelo, se anunció un concierto especial “100 Years of ¡Azúcar! All Stars” grabado en Miami, con figuras como Willy Chirino, Albita, Lucrecia o Lena Burke.
En cualquier país, el centenario de una artista universal sería motivo de orgullo nacional. En Cuba, en cambio, el silencio oficial es estruendoso. No se trata de olvido, sino de una decisión política deliberada: el Estado ha borrado a Celia de la memoria institucional porque su sola voz desarma la narrativa del castrismo.
Los hechos
Celia Cruz nació en La Habana en 1925 y murió en Nueva Jersey en 2003, exiliada desde 1960. En vida grabó más de 70 discos, ganó tres premios Grammy y cuatro Grammy Latinos, y su grito de “¡Azúcar!” se convirtió en emblema mundial. El canal satelital creado en 2025 programará, durante todo un año, sus clásicos y colaboraciones, además de espacios especiales como Celia & Tito, conducido por Tito Puente Jr., y Quarter Legacy, con La India.
El concierto del centenario, previsto para el 2 de octubre, reúne a artistas que también fueron marginados por el régimen cubano. Es un homenaje transnacional que refuerza lo que La Habana nunca quiso admitir: Celia Cruz es la cubana más universal de la segunda mitad del siglo XX.
El relato oficial vs. la realidad
Para el discurso del poder, Celia fue una “traidora” que abandonó la patria. La maquinaria cultural estatal la borró de los medios, eliminó su música de la radio y, durante décadas, prohibió incluso mencionar su nombre en actos públicos. Mientras tanto, en el exterior, su figura crecía hasta ser reconocida como “la Reina de la Salsa”.
La contradicción es brutal: el régimen promueve centenarios de figuras oficiales —desde el Che Guevara hasta la Nueva Trova—, pero ignora a la artista que puso a Cuba en todos los escenarios del planeta. El silencio sobre Celia no es un descuido; es la confesión de un miedo: su legado muestra que la cultura cubana más viva floreció lejos del control del Partido.
El costo humano
El exilio de Celia simboliza el de millones de cubanos que nunca pudieron regresar. Murió sin permiso de entrar a la isla que la vio nacer, condenada a la ausencia incluso en la muerte. Sus restos reposan en El Bronx, junto a su esposo Pedro Knight. Ese destierro forzado es parte del costo humano del régimen: cortar lazos entre los creadores y su tierra, obligarlos a elegir entre libertad y pertenencia.
La viralización en 2025 de un video suyo en Plaza Sésamo, cantando “Quimbara” rodeada de niños y muñecos, recuerda que Celia no solo fue un fenómeno musical: fue puente cultural, capaz de llevar la cubanía a escenarios tan insospechados como la televisión infantil en Estados Unidos. Esa faceta, inocente y luminosa, contrasta con el encono del poder que la redujo a fantasma en su propio país.
La economía del problema
El régimen cubano ha convertido la cultura en un recurso económico y propagandístico. El turismo, los festivales y la “marca Cuba” explotan símbolos que legitiman al Estado. Sin embargo, Celia Cruz, por su biografía de exilio y su defensa abierta de la libertad, es imposible de monetizar sin reconocer también la represión que la expulsó. Por eso su figura sigue siendo incómoda: si el gobierno la celebrara, tendría que admitir que la nación es más grande que la Revolución.
Caso-símbolo: el concierto del centenario
El evento “100 Years of ¡Azúcar! All Stars” no solo reúne voces del exilio. Representa un contrarrelato: el centenario de Celia se conmemora en Miami, no en La Habana; con artistas independientes, no con funcionarios culturales; con libre acceso a la herencia musical, no con censura. Es un símbolo de cómo la diáspora cubana, despojada de reconocimiento oficial, se apropia de la memoria cultural de la nación.
Conclusión
El centenario de Celia Cruz ilumina la fractura entre el país real y el país oficial. Mientras el mundo celebra a la cubana universal con radios satelitales, conciertos y videos virales, el gobierno cubano insiste en negarla. Pero el silencio no borra: lo que ocurre es que el castrismo queda expuesto como un sistema que mutila su propio patrimonio para preservar un relato de pureza ideológica.
La historia dirá, como ya dicen los escenarios globales, que la voz de Celia Cruz venció al olvido impuesto. Su grito de “¡Azúcar!” sigue sonando más fuerte que la censura, y su centenario confirma que la cultura cubana más libre nació allí donde la política intentó sofocarla.
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