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Magdiel Quevedo
Magdiel Quevedo

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El pan que nunca fue nuestro

En la tradición cristiana, el pan nuestro de cada día es un símbolo universal: lo básico, lo esencial, lo que ningún ser humano debería mendigar. Pan es alimento, vida, sustento compartido. Es la oración que atraviesa generaciones y que pide solo lo mínimo: lo necesario para seguir existiendo un día más.

En Cuba, sin embargo, el pan dejó de ser metáfora para convertirse en ironía. No hay “pan nuestro” porque el pan rara vez aparece. Y cuando aparece, no es nuestro: es un pan impuesto, racionado, ajeno, vigilado por la libreta de abastecimiento que más parece un recordatorio de la escasez que una garantía de bienestar.

El pan ausente

En las mañanas cubanas, hacer la cola para el pan es una rutina tan común como amarga. Las personas esperan bajo el sol, no para elegir entre diferentes tipos de pan —como en cualquier otro país—, sino para ver si alcanza el único que hay, duro, pequeño y muchas veces mal hecho. Un pan que no sacia, pero que se convierte en símbolo de resistencia. Ese pan que debería ser cotidiano, en Cuba es azar: hoy sí, mañana quién sabe.

El pan no es solo harina, agua y levadura. Es un derecho básico. Es dignidad materializada en un alimento sencillo que no tendría por qué faltar. Y sin embargo, falta. Falta no porque no se pueda hacer, sino porque se administra con la lógica del control: lo que debería ser abundancia se convierte en escasez planificada.

El pan ajeno

Cuando se recibe el pan de la libreta, muchos lo llaman “el pan nuestro”. Pero en realidad no lo es. Es un pan ajeno, propiedad de un sistema que lo reparte como limosna. No es fruto de la elección, sino de la imposición. No es símbolo de trabajo y abundancia, sino de dependencia y resignación.

Ese pan no alimenta, apenas sobrevive. No es celebración, es recordatorio de carencias. Y lo más doloroso es que el pueblo lo acepta porque no tiene otra opción. Se aprende a conformarse con migajas, como si fueran dádivas, como si la vida se redujera a agradecer lo poco que llega, aunque ese poco nunca sea suficiente.

El pan simbólico

Pero la ausencia de pan no es solo material, es también simbólica. El pan que no llega a la mesa es también el reflejo de otros “panes” ausentes:

El pan de la libertad, que no se reparte.

El pan de la justicia, que nunca alcanza.

El pan de los sueños, que se roba a fuerza de sobrevivencia diaria.

Ese pan, que debería ser de todos, nunca fue nuestro. Ni en la mesa ni en la vida. Porque lo que falta no es solo comida: falta dignidad, falta elección, falta derecho a una existencia plena.

Una verdad amarga

Cada hogaza ausente en Cuba cuenta una historia. Una historia de colas infinitas, de madrugadas en espera, de hornos vacíos y promesas rotas. Y en ese vacío se esconde la verdad más amarga: la de un pueblo acostumbrado a pedir como súplica lo que debería recibir como derecho.

El “pan nuestro de cada día” en Cuba es un eco que suena vacío. Es la plegaria de un pueblo que sigue esperando que lo básico le sea devuelto. Porque más allá del hambre física, el pan negado es un recordatorio de que nunca fue nuestro.

Psic. Magdiel Quevedo

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